Multiversidad

jueves, agosto 16, 2007

Comunicación para el desarrollo en Latinoamérica. Una evaluación sucinta al cabo de cuarenta años

Por Luis Ramiro Beltrán S.
Doctor en Comunicación Social Consejero Regional en Comunicación para América Latina
Centro para Programas de Comunicación Universidad Johns Hopkins
En: “La iniciativa de Comunicación” 27 de junio de 2002
Disponible en: http://www.comminit.com/la/pensamientoestrategico/lasth/lasld-754.html

Este documento corresponde al discurso de inauguración de la IV Mesa Redonda sobre Comunicación y Desarrollo organizada por el Instituto para América Latina (IPAL) en Lima, Perú, entre el 23 y el 26 de febrero de 1993. En América Latina han prevalecido tres conceptualizaciones principales respecto de la relación entre comunicación social y desarrollo nacional: "comunicación de desarrollo", "comunicación de apoyo al desarrollo" y "comunicación alternativa para el desarrollo democrático". La comunicación de desarrollo es, en esencia, la noción de que los medios masivos tienen la capacidad de crear una atmósfera pública favorable al cambio, la que se considera indispensable par la modernización de sociedades tradicionales por medio del progreso tecnológico y el crecimiento económico. La comunicación de apoyo al desarrollo es la noción de que la comunicación planificada y organizada – sea o no masiva – es un instrumento clave para el logro de las metas prácticas de instituciones y proyectos específicos de instituciones que propician el desarrollo. La comunicación alternativa para el desarrollo democrático es la noción de que, al expandir y equilibrar el acceso y la participación de la gente en el proceso de comunicación, tanto a niveles de medios masivos como a los interpersonales de base, el desarrollo debe asegurar, además de beneficios materiales, la justicia social, la libertad para todos y el gobierno de la mayoría. Es posible, por supuesto, que existan otras conceptualizaciones de la relación comunicación-desarrollo. Sin embargo, las que se acaban de enunciar aquí brevemente están presentes en toda la literatura pertinente y se corresponden bien con las categorías de la práctica. Existen, por otra parte, diferencias claras entre ellas y algunos lamentan que se causen confusiones indeseables en ciertos casos al utilizarlas en forma indistinta. Pero para los fines de este análisis, las tres conceptualizaciones tendrán que ser, en ocasiones, albergadas bajo un rótulo general más amplio: "Comunicación para el Desarrollo". Esto no equivale a una definición única que abarque a todos los componentes, pero parece necesario para facilitar el análisis en algunos puntos. ¿Cuál ha sido la trayectoria de la comunicación para el desarrollo en Latinoamérica? ¿Ha hecho esta región contribuciones significativas a ella? Durante casi 45 años Latinoamérica ha sido notablemente activa, imaginativa y productiva en tratar de poner la comunicación al servicio del desarrollo. Empezó a utilizar la comunicación para el desarrollo mucho antes de que se hubieran propuesto teorías para ello e incluso cuando la denominación misma no existía aún. Radio para los campesinos: ColombiaEn efecto, dos de las experiencias más significativas y duraderas en cuanto a comunicación para el desarrollo se iniciaron ya en 1948 en dos países de Latinoamérica, Colombia y Bolivia. En un pueblo andino de Colombia un cura párroco, Joaquín Salcedo, creó en 1948 – literalmente con sus propias manos – una rudimentaria estación radiodifusora para los campesinos, Radio Sutatenza, con los modestos propósitos de ampliar la difusión de la doctrina católica y contribuir a reducir el analfabetismo dentro de su área inmediata de influencia. En pocos años, sin embargo, esta iniciativa individual evolucionó hasta convertirse en "Acción Cultural Popular" (ACPO), una de las instituciones de múltiples medios más grandes, complejas e influyentes del mundo en materia de educación no formal a distancia y desarrollo rural. La estrategia de las "Escuelas Radiofónicas" de ACPO – que incluye la audición colectiva y el debate de programas especiales, con el apoyo de un voluntario local capacitado y de materiales impresos – pronto fue adoptada por organizaciones similares en muchos de los países de la región. Con el apoyo del Estado y luego también contando con un sustancial subsidio extranjero, ACPO-Radio Sutatenza constituyó, en su momento de auge, el primer caso exitoso de comunicación institucionalizada de apoyo al desarrollo de Latinoamérica. Radio de los trabajadores: BoliviaEn Bolivia, y también a partir de 1948 aunque cobraron plena fuerza recién desde 1952, los sindicatos de trabajadores mineros crearon varias estaciones de radio mediante contribuciones de sus magros salarios y rápidamente aprendieron a manejarlas ellos solos. A pesar de contar con equipos de transmisión rudimentarios y de corto alcance, estas estaciones de radio permitieron que aquellos trabajadores – en su mayoría ex campesinos autóctonos – se convirtieran en protagonistas de la comunicación masiva. Hasta entonces sólo habían sido receptores pasivos de mensajes generados por estaciones de radio comerciales u oficiales de las grandes ciudades, que aparte de condenar su participación en las huelgas, hacían caso omiso de su existencia. Con estas estaciones de radio, empero, se convirtieron en participantes claves de un proceso de revolución nacionalista radical, que instauraría el voto universal, realizaría la reforma agraria y nacionalizaría la minería del estaño, de la cual dependía entonces, en gran medida, la subsistencia del país. Bajo un clima tal de transformaciones sociales globales hacia la democratización, los flamantes radialistas cumplían su trabajo de una forma verdaderamente participativa, daban a su audiencia acceso casi irrestricto a sus micrófonos, visitando las calles, los mercados, las escuelas y los campos deportivos, y el propio interior de las minas, para permitir que la gente se manifestara, expresara sus necesidades y opiniones y criticara no sólo a los funcionarios del gobierno sino a los mismo líderes sindicales y a sus estaciones de radio. Incluso sirvieron como locales para las asambleas comunales a fin de que todas las organizaciones de base analizaran problemas de interés público, especialmente en tiempos de emergencias. Tales ocasiones no eran infrecuentes por cuanto los sindicatos de militancia política sufrían constante represión por parte de los militares, quienes a veces confiscaron, e inclusive volaron, algunas estaciones y encarcelaron o exiliaron a sus operadores. Al trabajar de forma autofinanciada, no partidaria, autogestionaria, sin publicidad comercial y practicando verdaderamente la democracia en la comunicación, los mineros bolivianos se constituyeron, sin saberlo, en los precursores de la comunicación alternativa para el desarrollo, aproximadamente dos décadas antes de que se comenzaran a plantear las bases teóricas para ello. Extensión agrícola y educación audiovisual A principios de la década del 50 el gobierno de los Estados Unidos creó un programa de asistencia técnica y financiera para el desarrollo de los países latinoamericanos con énfasis en la agricultura, la educación y la salud. Junto con este programa llegó la aplicación con fines pacíficos de la experiencia en comunicación adquirida por ese país durante la Segunda Guerra Mundial. La aplicación seguía tres líneas paralelas principales: la "información agrícola", la "educación audiovisual" y la "educación sanitaria" . Aún no existía ninguna teoría formal que respaldara este esfuerzo, pero claramente constituía éste la práctica de lo que más tarde vendría a llamarse la comunicación de apoyo al desarrollo, que ahora patrocinan organismos internacionales y ejecutan órganos estatales. Mediante servicios bilaterales que realizaban en estos países actividades internacionales dentro de la región y capacitación en los propios Estados Unidos*, centenares de latinoamericanos aprendieron, a lo largo de esa década, cómo aplicar principios y técnicas de la comunicación social a las necesidades del desarrollo nacional. Luego compartirían estos conocimientos con millares de empleados de los organismos de desarrollo, sobre todo agentes de extensión agrícola en el campo y maestros de escuelas primarias. Un organismo regional jugó un papel preponderante en el aspecto de comunicación rural de este movimiento apoyado por el gobierno de los Estados Unidos de América: el Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas (IICA), afiliado a la Organización de Estados Americanos. Para mediados de la década de los 50, su sede en Costa Rica se convirtió en el centro de excelencia multiplicador y fuente de materiales adaptados para la capacitación. Por su parte, la FAO contribuyó en forma sustancial a los esfuerzos por construir en los países latinoamericanos sistemas modernos de agricultura, basados en la educación no formal del campesinado, la que debía incluir medios masivos de información de "extensión agrícola". Para la educación la Administración de Operaciones en el Exterior de Estados Unidos de América montó y puso en funcionamiento complejos centros audio-visuales en algunos países y ayudó a que otros crearan los suyos. Instituciones privadas norteamericanas, tales como las fundaciones Kellog, Rockefeller y Ford, también hicieron contribuciones sustanciales, concediendo estas últimas cierta atención especial a la comunicación para la planificación familiar. Por otra parte, en cooperación con el gobierno de México, la UNESCO apoyó en ese país al Instituto Latinoamericano de Cinematografía Educativa (ILCE) y al Centro Regional para la Educación Fundamental (CREFAL). Ambos incluyeron en sus programas capacitación para la producción de ayudas audiovisuales con fines educativos. ¿Los medios masivos no llegan a las masas? Los años sesenta se iniciaron con la publicación por la UNESCO de un inventario de disponibilidad de medios masivos en los llamados países en vías de desarrollo. Las diferencias con las naciones desarrolladas eran tan enormes que, en 1962, la Asamblea General de las Naciones Unidas recomendó a los Estados miembros que incluyeran en sus planes para el crecimiento económico recursos para expandir y mejorar en forma significativa la comunicación para el desarrollo. El estudio dio lugar a pensar que los medios masivos casi no llegaban a las masas en Latinoamérica, por cuanto se restringían en su mayor parte a las minorías urbanas de los estratos superiores. El credo de la comunicación de desarrolloCon el auspicio de la UNESCO, el Director de Investigaciones de Comunicación de la Universidad de Stanford, el doctor Wilbur Schramm, publicó en 1964 un libro que pronto se convertiría en la biblia universal de la comunicación para el desarrollo, abarcando tanto la problemática de la comunicación de desarrollo como la comunicación de apoyo al desarrollo. Junto con las investigaciones del Sociólogo Daniel Lerner sobre "la extinción de la sociedad tradicional" en 1958 y con contribuciones de otros estudiosos del famoso MIT*, tales como Lucien Pye e Ithiel De Sola Pool, el libro de Schramm armó las bases teóricas para el uso de la comunicación social al servicio del desarrollo. Por medio de estas obras fundamentales se difundió por todo el mundo la creencia en que los medios masivos de comunicación eran capaces de contribuir a que el Tercer Mundo lograra en pocas décadas lo que Occidente había hecho en siglos: evolucionar de un tradicionalismo atrasado a una próspera modernidad. En poco tiempo este credo llegó a ser abrazado de todo corazón por numerosos especialistas latinoamericanos en comunicación para el desarrollo. Su fe en la excelencia de los medios masivos de comunicación como agentes de cambio sería confirmada hacia fines de la década de los 60, cuando la teoría de Everett Rogers sobre la difusión de innovaciones llegó a sus tierras. Varios de aquellos especialistas parecieron percibir entonces su oficio como una suerte de muy eficiente disciplina de "ingeniería social", dotada acaso de poderes casi mágicos para persuadir a las masas atrasadas de que se modernizaran. La comunicación de apoyo al desarrollo se expandeEsta entusiasta posición, que compartieron los organismos internacionales de financiamiento para el desarrollo, condujo a que tanto en los sesenta como en la siguiente década se instauraran en la región centenas de proyectos que involucraban millones de dólares. La mayoría de estos proyectos, financiados por fuentes norteamericanas y europeas, como también por el sistema de las Naciones Unidas, correspondían a problemáticas agrícolas, educativos, de salud y de demografía. Unas breves menciones bastarán para proveer ilustración de ellas. A través del trabajo creativo de Manuel Calvelo, la FAO inició en Chile y luego en Perú una experiencia pionera con el uso de videos para la educación campesina no formal y dentro de los procesos de la reforma agraria. La UNESCO y el PNUD apoyaron a los Ministerios de Educación de los países andinos en el diseño de un proyecto muy ambicioso para utilizar programas televisivos por satélite para la difusión y mejoramiento masivos de sus programas educativos en aula y a distancia. Lamentablemente, éste no llegó a materializarse. La Agencia para el Desarrollo Internacional de los Estados Unidos de América (USAID) brindó apoyo sustancial a un complejo experimento de uso de la televisión como instrumento para una amplia reforma educativa en El Salvador. También ayudó a Nicaragua a mejorar la calidad de la enseñanza de las matemáticas en las escuelas mediante la radio interactiva. Luego aplicó esta estrategia a otras necesidades educativas en la República Dominicana. Con el apoyo de la Fundación Adenauer de Alemania se creó la Asociación Latinoamericana de Televisión Universitaria (ALATU), con sede en Lima. Mientras que México recurrió a la televisión para la educación secundaria a distancia, Colombia aplicó este medio a la primaria, así como al mejoramiento docente, pero utilizó la radio para la educación secundaria. La USAID nuevamente prestó su apoyo durante esta década a varios proyectos que utilizaban la radio para apoyar programas de salud y nutrición, especialmente en Honduras, Costa Rica, Colombia y Brasil. La Fundación Ford, aliada con la Federación Internacional de Paternidad Planificada, ayudó a establecer y operar el CIACOP de Costa Rica, un centro regional para la capacitación de especialistas en comunicación sobre población. El IICA buscó aplicar la comunicación a la reforma agraria y a programas universitarios de capacitación agrícola, especialmente en el formato de "extensión". Capacitación regional y primeras investigaciones En esa década surgió en Ecuador una nueva institución regional de comunicación orientada al principio sólo hacia la capacitación e investigación en periodismo. Se trataba del Centro Regional de Investigación y Enseñanza en Periodismo para América Latina (CIESPAL), iniciativa ecuatoriana encabezada por el periodista Jorge Fernández, inicialmente apoyada por la UNESCO, la Organización de Estados Americanos y la Fundación Ebert de Alemania Occidental y, luego, por la Radio Nederland Internacional de Holanda. Mediante actividades intensas y productivas, el CIESPAL se convirtió pronto en el centro de comunicación más conocido e influyente de la región, abrazó la causa de la comunicación para el desarrollo y amplió el espectro de sus servicios. Ya en 1963 Antonio Pasquali, pionero de la investigación en comunicación en la región, había publicado en Venezuela un penetrante libro que hacía críticas a la comunicación comercial masiva en Latinoamérica y recomendaba cambios para reformularla de modo que contribuyera al desarrollo nacional democrático. Hacia fines de la década sólo unas pocas voces más empezaron a expresar dudas de que la comunicación pudiera generar desarrollo frente a las gruesas barreras presentadas por la arcaica e injusta estructura social prevalente en la región. La mayoría de los especialistas en comunicación no parecieron haber percibido entonces ningún problema en cuanto a aplicar la teoría general venida de ultramar a las realidades específicas de sus países. El desarrollo fracasa La década de los años del 70 fue de fracaso en el desarrollo y de confrontación en el área de la comunicación. Latinoamérica participó de ambos. La crisis del petróleo que sacudió a las naciones desarrolladas también tuvo graves consecuencias en esta parte del mundo, demostrando la fragilidad de sus estrategias de desarrollo y su vulnerabilidad estructural, debida a su dependencia. Hacia mediados de la década de 1970 las tasas de desarrollo se derrumbaron sin remedio y la deuda externa empezó a crecer velozmente. Para 1978 aproximadamente el 40% de las familias de la región habían caído hasta niveles de pobreza crítica. La aplicación ciega del modelo importado había llevado a tan desastrosa situación. Tras 20 años de esfuerzos y de inversiones que representaban millones de dólares no se había logrado ningún beneficio para las grandes mayorías. Estas se veían acosadas por los bajos salarios, cuando si no por el aumento del desempleo y padecían precios muy altos y a una aguda inflación. En cambio, las minorías poderosas se hicieron más ricas mientras que las masas ahora hacinadas en las ciudades se veían inundadas por migrantes expulsados del campo por la miseria. Lógicamente, el mencionado modelo de desarrollo fue el blanco de críticas fuertes y abiertas en Latinoamérica y las percepciones planteadas en la década anterior por la "Teoría de la Dependencia" pasaron a primer plano. Los términos del intercambio comercial internacional eran tan injustos que los países latinoamericanos vendían en el extranjero cada vez más baratas sus materias primas y compraban bienes manufacturados cada vez más caros. Para cubrir los déficits resultantes tuvieron que recurrir a un mayor endeudamiento externo a tasas incrementadas de interés y con plazos más breves de amortización. Todo ello frenó sus esfuerzos de avance. Se necesita: otro tipo de desarrollo Como esta situación de desequilibrio afectaba al resto del Tercer Mundo, en 1975 un grupo auspiciado por la Fundación Dag Hammarskjold, en el que el economista latinoamericano Juan Somavía tuvo importante participación, sometió una propuesta para "otro desarrollo" a la Asamblea General de las Naciones Unidas. El modelo proponía un desarrollo basado en la satisfacción de las necesidades de las mayorías, en enfoques endógenos y autogestionarios y en mantener armonía con el medioambiente.En 1976 un equipo de sobresalientes estudiosos del desarrollo creó un "Modelo Mundial Latinoamericano" bajo la coordinación de Amilcar Herrera y al cobijo de la Fundación Bariloche de Argentina y con el apoyo del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo, de Canadá. Este modelo alegaba que no existían límites insuperables para el crecimiento y que la producción debía ser condicionada por las necesidades sociales y no por el afán de lucro. Para ello tendría que dejar de existir la propiedad, privada o pública, como medio de explotación y de concentración de poder y privilegio, y la administración sería verdaderamente democrática y descentralizada. La viabilidad material de este modelo conceptual se demostró mediante un modelo matemático construido con datos mundiales pertinentes. Sin embargo, la prueba final de su viabilidad, señalaban los proponentes, tendría que darse por la eliminación de la concentración de poder a niveles nacionales e internacionales.El gran fracaso del modelo clásico fue pronto reconocido en todo el mundo, incluyendo los Estados Unidos de Norteamérica, y no sólo por economistas y planificadores del desarrollo, sino también por algunos de los propios proponentes del antiguo paradigma, como el comunicólogo Everett Rogers. Ahora se reconocía ampliamente el hecho de que si no se realizaban importantes cambios estructurales que aseguraran equidad dentro de las naciones y entre las naciones y se habría probado imposible un desarrollo democrático y generalizado. Hacia modelos de comunicación democráticos El modelo de comunicación clásico – la fórmula aristotélica de Harold Lasswell – también fue cuestionado en esta década de los setenta, a principios de la cual el pedagogo católico brasileño Paulo Freire inició, desde el exilio en Chile, la difusión de sus nuevas y audaces ideas sobre la educación. Al mismo tiempo que condenaba la educación tradicional "bancaria" como manipuladora de los seres humanos para la perpetuación del status quo, proponía una "pedagogía del oprimido" para el autodescubrimiento a través del diálogo libre y la "concientización" orientada hacia la emancipación y la democracia.Además de las críticas ya adelantadas por Antonio Pasquali a inicios de la década, el pensamiento de Freire inspiró también la revisión del modelo clásico de comunicación. Frank Gerace (EE.UU.), trabajando desde Bolivia y Perú, fue el primero en producir algunos basamentos adaptativos para un modelo de "comunicación horizontal" . Juan Díaz Bordenave, Joao Bosco Pinto y Francisco Gutiérrez también estuvieron entre los primeros proponentes de aplicaciones creativas de las ideas de Freire sobre la educación a la comunicación. Y, para mediados de la década, otros se habían unido a la búsqueda, especialmente el periodista chileno Fernando Reyes Matta. Vinculado al modelo para "otro tipo de desarrollo", propuso en detalle un modelo participativo para la "comunicación alternativa". Esas nuevas ideas llegaron pronto a los Estados Unidos, donde fueron reconocidas e incluso compartidas por los principales teóricos de la comunicación para el desarrollo, Wilbur Schramm, Everett Rogers y Daniel Lerner. Sin embargo, la práctica de la comunicación de apoyo al desarrollo siguió adelante sin grandes cambios, como si las reformulaciones teóricas no la hubieran afectado. En contraste con ello, la práctica de la comunicación alternativa para el desarrollo democrático fue sustentada y enriquecida durante la década de los setenta, por vía de esfuerzos multiplicadores en muchas partes de la región latinoamericana. La práctica de la comunicación alternativa Además de hacer valiosos aportes a la teoría de la comunicación alternativa, Mario Kaplun diseñó una estrategia creada por él, y la puso a prueba con buenos resultados, en Uruguay: un foro por cassette, procedimiento sencillo y de bajo costo para establecer un diálogo a distancia entre los miembros de las cooperativas campesinas. Michel Azcueta y otros construyeron en una enorme barriada de Lima poblada por campesinos migrantes, Villa El Salvador, un sistema integral y notable de comunicación popular, basado en tecnologías elementales utilizadas creativamente y en conjugación con una organización comunitaria activa. En Brasil decenas de periódicos contestatarios, pequeños y rústicos, llegaron a constituir lo que se llamó "prensa nanica" (prensa enana o en miniatura), el único vehículo para expresar la oposición del pueblo a las violentas dictaduras militares que lo oprimían. Y a lo largo de toda la región, pero especialmente en países como México, la República Dominicana, Honduras, Perú, Bolivia y Ecuador, la radio del pueblo experimentó importante expansión y mejoras. En este último país un sacerdote católico instó a que comunidades indígenas pequeñas y aisladas participaran de la radiodifusión grabando en sencillas cabinas mensajes noticiosos y breves programas en sus propias aldeas y enviándolos a una estación central. En Bolivia unos campesinos pagaron alquiler por las primeras horas de transmisión matinal en algunas radioemisoras comerciales de la ciudad capital, y realizaron en aymara, otro inusual y precursor ejercicio de comunicación alternativa y democratizante sobre la base de la iniciativa privada de "micro empresarios". Por precios muy bajos ofrecían a su gente, mediante la radio, junto con noticias y entretenimiento apropiado a su cultura autóctona el equivalente a los servicios postales, telegráficos y telefónicos a los que no se les había dado acceso en el campo. Además, muchos de estos radialistas crearon una asociación de comunicadores en idiomas nativos y persuadieron a la Universidad Católica de que perfeccionara sus conocimientos mediante un curso para diploma con dos años de duración. También se capacitó a voluntarios en el campo como "reporteros populares". Cuba afinó la estrategia que había desarrollado en la década anterior al combinar transmisiones radiales con millares de voluntarios organizados en pequeñas "brigadas" de capacitación para llevar a cabo campañas de movilización de masas en pro de la educación y la salud. Por otra parte, México, Costa Rica, Venezuela, Colombia y Ecuador recurrieron a los medios masivos de comunicación para realizar educación a distancia de escolares, maestros rurales e inclusive estudiantes universitarios. El gobierno mexicano creó una red televisiva especial destinada a apoyar al desarrollo rural y Brasil creó la red de canales de televisión educativa más grande de la región. En México se hicieron esfuerzos por utilizar la muy popular "telenovela" para estimular la planificación familiar y enseñar el cuidado de la salud y nutrición y en Chile se formalizó la organización del Movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano en una convención a la que asistieron los directores más destacados de famosas películas críticas y documentales, tales como Glauber Rocha (Brasil), Fernando Solanas (Argentina) y Jorge Sanjinés (Bolivia). Muchas de estas experiencias empezaron a manifestar señales de la búsqueda de la comunicación democratizadora. Edificación institucional Otra actividad importante de la década de los 70 fue la creación de algunas organizaciones regionales de profesionales de la comunicación. Una de ellas fue la Asociación Latinoamericana de Escuelas Radiofónicas (ALER) que llegó a coordinar y respaldar a unas 40 organizaciones pertinentes en alrededor de 15 países. Otra fue la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP) que decía aglutinar a millares de trabajadores de la prensa en toda región. Y una tercera, mucho más pequeña pero no menos importante, fue la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC). Las tres se unieron a la lucha por la comunicación y el desarrollo democráticos. De la misma manera aparecieron en escena con fuerza algunas instituciones nuevas. Por ejemplo, el Instituto Latinoamericano de Estudios de las Transnacionales (ILET) que llegó a jugar rápidamente un papel preponderante en el análisis crítico de las comunicaciones internacionales que afectaban a la región. El ILET fue creado en México por Juan Somavía, un proponente clave de "otro tipo de desarrollo", y por Fernando Reyes Matta, un destacado teórico de la "comunicación alternativa". Profesionales que trabajaban en varias instituciones a lo largo de la región – sobre todo en Ecuador, Colombia, Venezuela, Chile y Argentina – abrieron una nueva área de actividad: la educación, la producción y la investigación sobre la recepción activa y crítica de los mensajes de los medios masivos de comunicación, sobre todo la televisión. La ciencia ayuda a la protesta Hacia mediados de los años ochenta la investigación en comunicación experimentó un crecimiento muy veloz y ciertos cambios de orientación en línea con la tendencia hacia la democratización que caracterizaba el período. Entre los primeros contribuyentes a este movimiento estuvieron Eliseo Verón y Hector Schmucler en Argentina, Patricio Biedma y Armand Mattelart en Chile, Oswaldo Capriles, Luis Aníbal Gómez, Eleazar Díaz Rangel, Eduardo Santoro y Elizabeth Safar en Venezuela y José Marques de Melo en Brasil. Armand Mattelart, un belga que residía en Santiago en los días de Allende, se convertiría en el autor más influyente y prolífico de ese período en el área de comunicación. Mucha de la literatura así producida se centró en la verificación de las condiciones de fuerte dependencia de la región en cuanto a la información internacional, por una parte, y en la denuncia de la dominación cultural interna canalizada a través de los medios masivos de comunicación de propiedad privada y orientación comercial, por otra. La situación revelada desfavorecía tanto al estrato más bajo de la sociedad que los investigadores consideraron que las masas, en particular las rurales, vivían en condiciones de virtual incomunicación. Unos cuantos estudios vinieron a criticar también al propio proceso de indagación como se conocía por entonces, a sus premisas, objetos y métodos básicos. Otros estudios más bien hicieron críticas a la legislación de la comunicación y, trascendiendo los tradicionales sobre la censura de prensa, propusieron nuevas definiciones de la libertad de información y un conjunto de derechos de la comunicación de mayor alcance y coherente con el impulso hacia la democratización. Mediante todas las contribuciones de este tipo, tal vez por primera vez en la historia de las ciencias sociales, revistas profesionales europeas y norteamericanas empezaron a publicar artículos de autores latinoamericanos sobre comunicación. También organismos internacionales como la UNESCO y las asociaciones a escala mundial, tales como AIERI (IMCR), empezaron a incluir entre sus miembros y en sus actividades a investigadores y comunicadores latinoamericanos e incluso realizaron algunos de sus encuentros en países de la región. Conflicto en torno a un sueño: las políticas La actividad más controvertida y de mayor resonancia de la década del setenta resultó ser el movimiento a favor de forjar políticas de comunicación globales a nivel nacional que dieran alguna medida de racionalidad al sistema de comunicaciones del país, dominado por la actividad privada de orientación puramente comercial. El presidente socialdemócrata de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, intentó crear un Consejo Nacional de Cultura (CONAC) y un instituto estatal similar a la BBC para la radio y televisión educativas y culturales (RATELVE). El CONAC llegó a materializarse en parte, pero la fuerte oposición de empresas de medios de comunicación y de agencias publicitarias hicieron que la propuesta de RATELVE abortara y causaron problemas políticos al gobierno. Al nivel internacional, la UNESCO llevó a cabo en 1974 en Bogotá un encuentro de expertos latinoamericanos con la misión de proveer las bases para un encuentro intergubernamental sobre el mismo tema, a ser realizado poco tiempo después. Los expertos así reunidos recomendaron que las políticas propuestas incluyeran previsiones para estimular el acceso de las masas a los mensajes de los medios de comunicación masiva y el empleo incrementado y mejorado de estos medios para programas educativos y culturales. Esta reunión sí realizó críticas al sector privado en ciertos aspectos, pero no sugirió su eliminación ni propuso su sustitución por monopolios estatales de medios de comunicación. Sin embargo, las asociaciones internacionales de propietarios y directores de medios de comunicación consideraron que tales recomendaciones constituían graves amenazas a la libertad de prensa y a la empresa privada. Por lo tanto, lanzaron una intensa campaña internacional dirigida a desacreditar al movimiento y a inhibir la realización de reuniones interministeriales sobre el asunto. La UNESCO, logró sin embargo, superar estos obstáculos y llevó a cabo la primera reunión internacional en 1976 en Costa Rica, el país más próximo a los ideales democráticos en la región. Bajo rudos ataques de los medios de comunicación masiva, los representantes gubernamentales de alto nivel analizaron detallada y críticamente la situación y firmaron una declaración equivalente a un credo de la democratización de la comunicación. También aprobaron alrededor de 30 recomendaciones para que cada país formule y aplique – mediante un consejo pluralista nacional capaz de lograr consenso mediante el debate libre y abierto – la política integral que considerara adecuada a sus circunstancias particulares. Sin embargo, ni siquiera en Venezuela, país que encabezaba el movimiento, fue posible aplicar estas recomendaciones dada la persistencia de la oposición militante de los empresarios. En el Perú, en cambio, un régimen militar de facto hizo varias modificaciones sustanciales en la situación de la comunicación afines a las recomendaciones de Bogotá y San José y, en algunos casos, más allá de ellas. Por ejemplo, confiscó todos los diarios de Lima y anunció su intención de crear la propiedad social y de hacer entrega de ellos a las comunidades laborales organizadas, tales como las de los campesinos, de los trabajadores fabriles, de los maestros, etc. Por otra parte, reorganizó e intentó robustecer y mejorar el potencial de la comunicación estatal y cambió la legislación sobre radiodifusión. Nomic: ¡Fuego en cubierta! También en 1976 el Movimiento de los Países No Alineados proclamó su intención de promover la creación de un Nuevo Orden Informativo Internacional, que se consideraba tan necesario como el Nuevo Orden Económico Internacional ya propuesto. También logró pronto que esta propuesta fuera respaldada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, la que instruyó a la UNESCO otorgarle apoyo técnico en todas las formas posibles. Esta no fue una iniciativa latinoamericana, pero coincidió con el espíritu de los ya mencionados sucesos tendentes al cambio registrados en esta región. Por lo tanto, algunos gobiernos latinoamericanos acogieron esta idea, y algunos estudiosos participaron de encuentros internacionales, muchos de los cuales fueron organizados por la UNESCO y otros por el ILET, para analizar la naturaleza de este propuesto nuevo orden y de las estrategias deseables para su construcción. La controversia entre los proponentes y los oponentes de esa iniciativa colocó a la comunicación en el centro de un candente conflicto y sin precedentes. A las discusiones respecto del grueso desequilibrio de los recursos de comunicación entre los países desarrollados y los no desarrollados y respecto de la libertad de información se sumó una propuesta de la Unión Soviética para una declaración de la UNESCO sobre el racismo que generó muchas tensiones entre 1972 y 1978 y que, finalmente, fue aprobada con cambios en este último año. Buscando la conciliación, la UNESCO estableció un grupo pluralista internacional de especialistas de alto nivel para el estudio de la comunicación. Conocido por el nombre de Comisión Mac Bride, en honor a su neutral secretario general irlandés, este grupo – que incluía a dos latinoamericanos, el economista Juan Somavía y el escritor Gabriel García Márquez – trabajó bajo el fuego nutrido de los medios de comunicación. Logró, sin embargo, entregar en 1980 su visionario documento final, una cuidadosa obra de conciliación y equilibrio. Sus propuestas principales, todas favorables a la equidad, la libertad y la democracia en la comunicación a nivel nacional e internacional, se condensaron en una recomendación aprobada por la Conferencia General de la UNESCO, llevada a cabo ese año en Belgrado. Y así finalizó la década, con una sensación de apaciguamiento. El dramático colapso de los 80Lejos de lograr un alivio, la situación latinoamericana sufrió en los ochenta un deterioro terrible. La región sufrió la peor crisis económica desde la Gran Depresión. Las exportaciones crecieron a una tasa de menos de la mitad de la de las importaciones, limitando por tanto muy seriamente la participación de la región en el mercado mundial. Altas tasas de interés, fuertes descensos en los préstamos e inversiones privadas, barreras proteccionistas y una considerable reducción en la asistencia externa fueron factores agravantes en concomitancia. Por otra parte y activada por la inflación, la fuga de capitales de la región alcanzó una gran magnitud en esta década. Bajo la combinación de factores negativos, la deuda externa de la región, que solamente llegaba a los 67.000 millones en 1975, alcanzó para 1982 la suma de 300.000 millones de dólares, obligación que la mayoría de los países no podían darse el lujo de repagar ni siquiera comprometiendo exagerados porcentajes de su ingreso externo. La tasa de crecimiento del producto interno bruto se desplomó desde el 5.5% para el período entre 1950 y 1980 hasta menos 0.9 en 1982. Y el producto per cápita bajó en más del 3 por ciento solamente en este mismo año. Pero cerca del final de la década muchos países vieron descender su ingreso per cápita hasta niveles inferiores a los alcanzados veinte años antes. En resumen, no solamente que las aspiraciones de desarrollo de la región sufrieron estancamiento, sino que la regresión generó en algunos casos un subdesarrollo aún más agudo. Y los reajustes drásticos que exigieron de los gobiernos las organizaciones financieras internacionales fueron realizados por estos a expensas de las inversiones sociales y de la exacerbación de la pobreza para los estratos bajos de la sociedad. No sorprende, pues, que esta década se hubiera denominado en Latinoamérica "la década perdida". Y sin embargo, no parecieron producirse cambios en el viejo paradigma, a juzgar por la asistencia extranjera a pesar de que se habla de un "desarrollo con rostro humano" y de que la CEPAL de las NNUU, ahora preconiza – por fin – un "desarrollo con equidad social". La comunicación para el desarrollo sobrevive ¿Qué podía hacer por el desarrollo la comunicación en tan graves circunstancias? Tal vez no mucho pero, a pesar de todo, los latinoamericanos siguieron esforzándose. Organismos internacionales tales como UNICEF y USAID siguieron haciendo inversiones considerables para proveer de apoyo en comunicación a programas de salud y nutrición. La OPS reorganizó sus servicios de comunicación. Y contratistas calificados, como la Academia para el Desarrollo Educativo y la Universidad Johns Hopkins, subieron a escena para compartir con los latinoamericanos su experiencia en la planificación y evaluación rigurosa de las operaciones en salud, población y educación, tales como el Proyecto de Educación Básica en Pueblos de Guatemala o el Programa Nacional para la Salud Reproductiva de Bolivia. "El mercadeo social" se añadió al conjunto de estrategias de comunicación para el desarrollo en países como Honduras y República Dominicana. Campañas de comunicación para prevención contra el SIDA y el cólera se llevaron a cabo en algunos países. Por medio de Development Associates, varios países recibieron algún apoyo técnico y financiero a programas que buscan prevenir, por medio de la comunicación educativa, el uso indebido de narcóticos. La UNESCO empezó a poner en marcha el Programa Internacional para el Desarrollo de la Comunicación (PIDC), una actividad semiautónoma presidida por un consejo internacional que concedió modestas sumas a pequeños proyectos, sobre todo en el área de la comunicación de apoyo al desarrollo. El liderazgo latinoamericano estuvo presente en el Consejo del PIDC por medio de su experimentado y capaz vicepresidente, José Antonio Mayobre, de Venezuela. Radio Nederland International creó en Costa Rica una sucursal regional de su centro de capacitación que incrementó en gran medida en América Central las posibilidades de aprendizaje de formatos de comunicación alternativa mediante la radiodifusión. La Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano creó en Cuba una escuela internacional para la producción de películas, en tanto que el gobierno de este país patrocinaba y realizaba festivales anuales regionales de cine y video en La Habana. En gran parte apoyado por financiamiento y experiencia alemanes de la Fundación Ebert, el CIESPAL empezó a brindar talleres regionales para el mejoramiento de la producción televisiva. Con sede en Costa Rica, el ILPEC trabajó en todo Centroamérica en el área de la comunicación alternativa – sobre todo la radio – para el desarrollo democrático. ERBOL consolidó en Bolivia la red más grande y antigua de radiodifusoras católicas de educación no formal que operan en todo el país en cuatro idiomas. Surgieron en este país, por otra parte, agrupaciones de radialistas indígenas altiplánicos. Los sandinistas de Nicaragua lucharon para crear una red de radio participativa, nuevas formas de prensa democrática y videos comunitarios. El CENECA en Chile se convirtió en centro de excelencia para la educación en medios de comunicación, especialmente en la capacitación para la percepción crítica de la televisión. Con el apoyo de la FAO y del Banco Mundial, México registró logros estimulantes con el proyecto PRODERITH de comunicación para el desarrollo en el trópico húmedo. A lo largo de la década dos servicios informativos derivados de las recomendaciones de San José en 1976, ASIN – una cooperativa de gobiernos – y ALASEI – la obsesión creativa del periodista peruano Germán Carnero – lucharon valerosamente para sobrevivir. Contaron con el apoyo de UNESCO, de algunos gobiernos y de la única agencia noticiosa internacional que favorecía el enfoque alternativo de la comunicación, la International Press Service (IPS). Y Brasil fue el primer país en crear un canal obrero de televisión y una asociación nacional para el uso de video por las organizaciones de base. Nacen mas institucionesOtras varias creaciones institucionales muy significativas tuvieron lugar en los años ochenta. Una de ellas fue la de la FELAFACS, la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación que aglutinó a la mayoría de las 200 y tantas escuelas de este tipo en un programa muy activo de capacitación, investigación, intercambio y publicaciones, el que contó con el respaldo de la Fundación Adenauer de Alemania y de la UNESCO. Creada en 1982 bajo el liderazgo de Joaquín Sánchez y Walter Neira, ha celebrado recientemente su primera década de encomiable trabajo con una reunión profesional en México a la que asistieron unos 4.000 profesionales de toda la región. Con la creación del Instituto para América Latina (IPAL) en el Perú se dotó a la región de una nueva institución surgida bajo el credo de la comunicación democrática para el desarrollo. Encabezada por el sociólogo y periodista Rafael Roncagliolo, ha realizado diversas y muy productivas actividades en investigación, capacitación, intercambio y publicaciones. Ha concedido especial atención a las políticas de comunicación, así como al cine, a la televisión y al video. En servicio de este último, ha creado y actualmente opera una red regional y publica un boletín informativo sobre el video, como también estudios y manuales. Por otra parte, ha establecido nexos prometedores con organismos de desarrollo regional e integración tales como el SELA, el Pacto Andino y CEPAL-ILPES. El IPAL ha adquirido rápidamente una reputación que se extiende más allá de la región y así ha recibido el apoyo de varias fuentes internacionales de financiamiento. Inspirada y ayudada por UNESCO y albergada por el gobierno de Costa Rica, nació en San José una Asociación Latinoamericana y del Caribe para la Radio y Televisión, (ULCRA). Promocionó actividades cooperativas entre las estaciones de transmisión públicas y las privadas sin fines de lucro. Y otra creación institucional más fue la unificación y mejoramiento de la labor de tres asociaciones católicas de comunicación, de larga vida: UCLAP (prensa), OCIC (cine) y UNDA-AL (radio y televisión). Con sus oficinas centrales en Ecuador, las tres organizaciones aliadas comparten un secretario conjunto en el mismo local y coordinan estrechamente sus recursos y programas, en servicio de sus numerosos afiliados en toda la región. Estas asociaciones también se inscriben bajo los ideales de la comunicación alternativa para el desarrollo democrático. Avances en la construcción teórica En otro campo de acción, la construcción teórica de modelos de comunicación democrática tuvo numerosos y talentosos contribuyentes a lo largo de los 80, que se sumaron a aquellos que iniciaron esta práctica en los setenta. Entre los últimos se destacan Máximo Simpson y María Cristina Matta, de Argentina, y Mario Kaplun, de Uruguay. Igualmente, en Perú, Rafael Roncagliolo, Juan Gargurevich, Luis Peirano y Rosa María Alfaro; y en Brasil, estudiosos como Luis Gonzaga Motta y Regina Festa. Hubo variaciones considerables de enfoque en sus propuestas y, por lo tanto, se utilizaron diversos adjetivos para caracterizar a la comunicación como "alternativa", "dialógica", "grupal", "participativa" y otros similares. Sin embargo, además de la de comunicación alternativa, surgió un enfoque que ganó prestigio en Colombia y que pronto adquirió influencia en otras partes de la región. Se trataba de la "comunicación popular" , una conceptualización innovadora de Jesús Martín Barbero, quien conjuntamente con penetrantes trabajos de analistas de la "cultura popular", como Néstor García Canclini, llegaron a generar una nueva y fructífera tendencia en la investigación den comunicación de la región. Contrariamente a lo que frecuentemente se suponía en Norteamérica y Europa Occidental, la mayoría de los autores latinoamericanos que abogaban por la democratización de la comunicación no eran activistas radicales pertenecientes a organizaciones políticas de izquierda. Sólo unos pocos, en realidad, tenían formación marxista o eran militantes políticos. La mayoría eran académicos social demócratas o demócrata-cristianos, nacionalistas revolucionarios, e inclusive analistas liberales e independientes comprometidos con el trabajo académico que participaban en estos debates por su cuenta, diríjase que al modo de "francotiradores" aislados. Ellos llegaron a constituir un influyente movimiento reformista amplio y diverso, no una organización de conspiración comunista internacional. Si hubo detrás de algunos de ellos alguna agrupación, ella fue en no pocos casos la Iglesia Católica. ¿El fin de las políticas y del nuevo orden? A principios de la década el gobierno mexicano se comprometió bajo el rótulo de los nuevos derechos de información – en el plan más extenso, bien fundamentado y audaz para democratizar la comunicación mediante una política global a ser ejecutada al amparo de una ley general y unos 30 proyectos instrumentales. Sin embargo, una filtración a una revista hizo que el Presidente de la República, José López Portillo, destituyera repentinamente a su Secretario de Comunicación Social, Luis Javier Solana, en 1982, y que cancelara brusca y drásticamente esta sustancial y ambiciosa iniciativa. ¿La razón para ello? Nuevamente, la fuerte oposición del sector privado... que ningún político latinoamericano puede darse el lujo de ignorar. Tal oposición mercantil y conservadora se ejerció también contra cualquier modalidad de planificación gubernamental para el desarrollo de la propia comunicación, aún cuando se limitara únicamente a las instalaciones estatales de medios de comunicación en pos de garantizar una racionalidad en el empleo de recursos. Venezuela brindó un claro ejemplo de esto cuando dos gobiernos – uno social demócrata y el otro demócrata cristiano – incluyeron en las estrategias de desarrollo nacional global breves capítulos sobre la comunicación. Cuando no fueron retirados, esos capítulos tuvieron que ser olvidados. Entre tanto, llegaron a la región tecnologías en comunicación muy avanzadas, constituyendo una promesa o una amenaza dependiendo de cómo fueran a ser utilizadas. Sin embargo, dado que las políticas globales para las antiguas tecnologías – los medios de comunicación masiva – resultaron imposibles, ¿quién iba a intentar formularlas para las nuevas que frecuentemente eran manejadas desde el exterior? También a principios de la década se llevó a cabo en la ciudad francesa de Talloires una reunión de editores, directores y escritores de 60 instituciones de medios de comunicación de 24 países de Europa Occidental y Norteamérica. Acordaron cooperarse para consolidar, expandir y proteger el libre flujo de información, solicitaron que la UNESCO cesara cualquier intento de regular la prensa y notificaron al Tercer Mundo de una guerra abierta contra sus intenciones de reforma. En Latinoamérica y en la mayoría de los demás países en desarrollo el ideal de construir un Nuevo Orden Internacional de Información pareció virtualmente extinguido para fines de los 80. Y, en términos generales, mientras el neoliberalismo fue progresando se produjo una regresión en el desarrollo social. Un intento de evaluación de desempeño Es necesario detener aquí esta revisión caleidoscópica de 40 años de comunicación para el desarrollo en Latinoamérica. Ha llegado el momento de evaluar nuestro desempeño a lo largo de este período, aunque solo sea breve y superficialmente. ¿Cómo nos fue? A pesar de su naturaleza esquemática, el recuento aquí presentado demuestra que nuestra actividad ha sido intensa, variada, sostenida y refinada hasta niveles claramente más altos que los de otras regiones del Tercer Mundo. También se evidencia por esta revista que las contribuciones latinoamericanas a la comunicación para el desarrollo han sido cuantiosas y creativas, especialmente en el área de la comunicación alternativa para el desarrollo democrático. Se hicieron algunas contribuciones a la teoría y otras a la práctica, con diversos resultados. Por ejemplo, los latinoamericanos fueron los primeros en cuestionar el concepto clásico de comunicación, derivado del pensamiento unilineal aristotélico que prevaleció sin cambios en todo el mundo hasta fines de la década de los sesenta. Fueron ellos quienes, indagando más allá de la aparente sencillez del paradigma, descubrieron sus implicaciones no democráticas. Y, en consecuencia, también estuvieron entre los primeros en proponer nuevas perspectivas de la comunicación, nuevos modelos para replantearla con miras a una genuina democracia. Esta innovación intelectual no sólo logró un amplio reconocimiento dentro de la región, sino que fue finalmente reconocida, e incluso adoptada, por algunos de los teóricos norteamericanos más prestigiosos de nuestro campo, como ser Schramm y Rogers e, inclusive, el propio Lasswell. Otro logro semejante de los latinoamericanos fue la refinada conceptualización de la naturaleza de las políticas globales de comunicación para el desarrollo nacional. Esta contribución se hizo a principios de los setenta en respuesta a un desafío de la UNESCO. Adoptada o repudiada, la definición producida entonces ha sobrevivido al paso del tiempo y ha dado la vuelta al mundo. Las ideas de los expertos de Bogotá, acogidas por los funcionarios de gobierno de la región en San José y luego perfeccionadas y difundidas por otros encendieron el debate, inspiraron investigaciones, permearon la capacitación y estimularon la acción. Y esto no sólo ocurrió dentro de la propia región ya que las propuestas latinoamericanas se vieron reflejadas más tarde en Asia y en Africa. Latinoamérica hizo valiosas, aunque no tan abundantes, contribuciones a por lo menos otras dos áreas de reflexión académica. Una consistió en atreverse a revisar los antiguos principios legales de la actividad en comunicación en pos de formulaciones más amplias y equitativas que no perpetuaran la libertad de información como un privilegio más de las élites conservadoras. La otra área de reflexión innovadora fue la investigación en comunicación. Se encontró que su orientación y su práctica misma tenían carencias y discordancias en relación con las realidades y necesidades latinoamericanas. Por lo tanto, premisas, objetos y métodos fueron sujetos a críticas y se buscaron nuevos enfoques. Los análisis llegaron hasta el punto de intentar reconsiderar la naturaleza del papel de la ciencia en las sociedades subdesarrolladas. Se recomendó como alternativa deseable una investigación participativa, comprometida con la equidad y la libertad, y orientada hacia la acción democrática. Y, nuevamente, la influencia de estas ideas frescas llegó, en alguna medida y durante un tiempo, más allá de las fronteras de la región y hasta los círculos académicos de los Estados Unidos y Europa Occidental. La rica e imaginativa práctica de la comunicación alternativa en Latinoamérica proporciona más motivos de satisfacción – y más claros – que la teorización. La invención de numerosas estrategias para ayudar a las masas del sector subalterno a que se conviertan en partícipes plenas del proceso de comunicación y, por tanto, en la dirección de la sociedad obtuvieron resultados notables en muchos países. Esto es cierto especialmente en el caso de la radio, que fue utilizada con imaginación y tenacidad sin igual. Las primeras experiencias tal vez respondían todavía al patrón tradicional del benevolente forastero que intenta hacer algo por los pobres y olvidados. Al poco tiempo, empero, el enfoque llegó a ser de estimulación y habilitación de los oprimidos para que hicieran una comunicación alternativa por sí mismos y para sí mismos. Y esta transformación desencadenó en algún grado el potencial del pueblo para convertirse en protagonista de la comunicación en vez de permanecer como receptor pasivo de mensajes. Se tuvo la precaución de no tomar a la comunicación como una institución autónoma que preside desde arriba a comunidades obedientes. Más bien fue concebida como un instrumento autogestionario para que las organizaciones de base intentasen autónoma y libremente cumplir sus objetivos. Otra área de logros fue la creación de instituciones en comunicación con mentalidad reformista y orientada hacia el pueblo. Es decir, organismos y asociaciones, privadas, públicas o mixtas, de comunicación profesional de naturaleza cooperativa y a escala regional. Aparentemente, ningún otro lugar del Tercer Mundo cuenta con tantas instituciones, tan grandes y productivas, como Latinoamérica. Sin embargo y a pesar de sus méritos, a veces se cuestiona a la comunicación alternativa, especialmente en cuanto a su alcance e impacto. Limitada por lo general a involucrar a pequeños segmentos de los estratos más bajos de la sociedad – campesinos olvidados, trabajadores oprimidos y habitantes de las barriadas – ¿podrá llegar a tener impacto sustantivo en la sociedad como un todo? Por otra parte, si la democratización incluye solamente a los pequeños medios de comunicación de nivel local que, frecuentemente, carecen de nexo entre sí, ¿de qué manera podría producirse un cambio en el ámbito decisivo de los grandes medios? ¿Será que la comunicación alternativa sólo puede proveer un alivio parcial, pero no soluciones reales y globales? Aún más, ¿existirá acaso el riesgo de que estas medidas paliativas contribuyan a desviar la atención y energías del pueblo del problema crucial de la concentración de poder? Estas son algunas preguntas que se hacen observadores preocupados. En vista de ellas, aunque exista regocijo por legítimos logros, se estima necesario evitar el "triunfalismo" si es que la comunicación alternativa ha de consolidarse, avanzar y mejorar. ¿Y qué suerte corrió la comunicación en apoyo al desarrollo a lo largo del período aquí superficialmente descrito? En cuanto a construir las bases humanas para la disciplina, le fue muy bien. Demostró ser capaz de capacitar en un período relativamente corto a un grupo grande de personas en los principios y las destrezas de la comunicación para el desarrollo. El principal impulso desplegado por USAID y NNUU en este sentido, a fines de los cincuenta y principios de los sesenta, especialmente en servicio del desarrollo rural, fue de importancia decisiva para establecer a la comunicación para el desarrollo como un emprendimiento profesional en Latinoamérica. Y en los setenta y ochenta, la pasión por la eficacia que provino de las técnicas de investigación, planificación y evaluación, dio a la región una valiosa lección de racionalidad en el manejo de la comunicación de apoyo al desarrollo. Sin embargo, en términos de impacto final, parecerían haberse generado, desafortunadamente, muy pocos éxitos a precio demasiado alto. Haciendo referencia a los diversos proyectos patrocinados por los Estados Unidos entre los cincuenta y los setenta, Robert Hornik, destacado especialista estadounidense en comunicación para el desarrollo, dijo lo siguiente: "Dados los datos disponibles sobre la audiencia alcanzada, la modificación de prácticas, los beneficios logrados y la supervivencia institucional a largo plazo, habría que aceptar que la mayoría fracasaron, no alcanzaron ni siquiera una pequeña parte de sus metas aparentes". Otro colega norteamericano de experiencia comparable, John Mayo, compartió esta perspectiva respecto a esos programas en los siguientes términos: "Muchos si no la mayoría, han concluido al cabo de pocos meses o años, a menudo en el anonimato. Otros lograron permanecer a flote por más tiempo, pero parecieron perder dirección y vagar sin rumbo sin jamás lograr lo que se habían propuesto..." ¿Por qué pasó esto? Hornik identifica tres categorías de explicaciones: fallas teóricas (resultantes de la suposición incorrecta de que un particular problema de desarrollo es solucionable a base de comunicación), fallas programáticas (resultantes de diseños inadecuados o de la mala ejecución de un proyecto) y fallas políticas (resultantes de la falta de reconocimiento de la influencia negativa de factores estructurales tales como la concentración de poder). Una palabra a favor del realismoEn los primeros años de nuestro ejercicio profesional – los cincuenta y gran parte de los sesenta – llegamos a endiosar a los medios de comunicación masiva como capaces de hacer mucho bien a nuestro pueblo casi hasta el punto de poder provocar la modernización de nuestras naciones en poco tiempo y prácticamente por sí solos. En los años posteriores de ejercicio de nuestra profesión, los setenta y la primera mitad de los ochenta, atribuimos – por el contrario – a los medios de comunicación masiva las intenciones y el poderío para ignorar las necesidades del desarrollo nacional e incluso para oponerse a ellas. En ambos casos tendimos a exagerar el poder real de la prensa, la radio, la televisión y el cine; inflamos su capacidad de influencia para el bien o para el mal. Al hacer esto, nos olvidamos que hacía mucho tiempo la teoría científica nos había advertido que los medios de comunicación masiva no poseían poderes hipodérmicos para hipnotizar a las personas y someterlas por cuanto sus efectos se canalizaban, en última instancia, por medio de la comunicación interpersonal. Investigaciones latinoamericanas recientes han abogado nuevamente a favor de reconocer el hecho de que los mensajes comunicacionales son reprocesados a través del marco cultural de los individuos. ¿No deberíamos, por lo tanto, adoptar ahora una posición más realista frente a los medios de comunicación y no exigir de ellos resultados mágicos ni satanizarlos? ¿Deberíamos aprender a utilizar sus virtudes para provecho del desarrollo democrático, sin esperar, empero, de ellos que vayan en contra de los intereses que se les encomendó defender? Apuntes para la agenda del siglo 21¿Qué pueden hacer los primeros practicantes de la comunicación para el desarrollo ante la inminencia del nuevo siglo? Tal vez no mucho en cuanto a acciones. Hicieron lo mejor posible en las circunstancias cambiantes dentro de las cuales tuvieron que operar y, por tanto, probablemente no tienen que festejarse en exceso ni lamentarse en demasía por lo que hicieron o por lo que dejaron de hacer. Pueden, sin embargo, y yo diría que debieran, transmitir sus experiencias – buenas y malas – de manera franca y sistemática a quienes heredarán sus sueños y tareas en un futuro muy próximo. Y pueden ofrecerles algunos apuntes para su Agenda del Siglo 21. Por ejemplo:
· Reunir lo mejor de la comunicación de apoyo al desarrollo, con la comunicación alternativa; no considerarlas islas grandemente separadas. Conjugar la conciencia social con la pasión por el planeamiento. Combinar las aptitudes técnicas y las percepciones políticas.
· Dedicarse más a la edificación institucional que a operaciones de autoconsumación. Enseñar a pescar, no limitarse a regalar pescados. Persuadir a las escuelas claves de comunicación para que incluyan la comunicación para el desarrollo en sus programas. Propiciar en ellas y en otras instituciones investigaciones en comunicación dirigidas hacia el desarrollo democrático.
· No apoyar solamente a órganos gubernamentales. Tener también fe en las pequeñas comunidades mismas. Apoyar a los sindicatos obreros, a las asociaciones campesinas y a las juntas vecinales. Trabajar también con los organismos no gubernamentales.
· Poner énfasis prioritariamente sobre la comunicación para la salud, el saneamiento, la nutrición y la demografía. El pueblo latinoamericano debe estar sano antes de poder estar bien educado, cobijado o empleado. Y plagas como las drogas, el SIDA o las epidemias de cólera, exigen una educación masiva del pueblo que sólo se puede lograr mediante la comunicación.
· Insistir en persuadir a líderes políticos y planificadores del desarrollo para que hagan uso racional de la comunicación a fin de lograr el desarrollo que le ofrecen al pueblo. Instar a las masas a que lo demanden.
· Multiplicar la capacitación básica en comunicación a todo nivel, incluyendo el de las universidades que forman a los futuros profesionales en salud, educación, vivienda, agricultura y planificación del desarrollo. Los especialistas en comunicación no pueden acometer solos la gigantesca labor que tienen por delante.
· Contribuir a fortalecer las instituciones regionales de comunicación. Nuestros países necesitan ampliar la cooperación entre ellos. Ni siquiera los más grandes de ellos pueden realizar en aislamiento toda la labor que se requiere. Educación masiva: la que alejara al desastre No olvidemos que, al borde del año 2000, Latinoamérica se encuentra en un nivel muy grave de subdesarrollo acentuado. El reciente y colosal colapso de su economía ha frustrado el desarrollo, y para muchos, la lucha parecería ser de mera supervivencia. Los reajustes prescritos por organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional están castigando más que nunca a las masas inocentes y oprimidas. Entretanto la población sigue creciendo velozmente sin que se den aumentos equivalentes en la producción de alimentos. Los poderosos no ceden. Lo ricos se enriquecen cada vez más a expensas de los pobres. Si esta situación continúa y se deteriora aún más, pueden preverse para el futuro cercano la efervescencia política y el caos social. Y parece asomarse en el horizonte la sombra de la violencia. Tal como lo han reconocido recientemente la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas y otros organismos similares, la educación masiva – cifrada, sin duda, en la comunicación – es ahora fundamental para asegurar un desarrollo económico con equidad social. En otras palabras: alimentos con justicia, prosperidad con libertad y modernidad con paz. Una cruzada para el año 2000Si esto es en efecto así, y yo creo que lo es, entonces por fin nuestra profesión debiera ser llamada a brindar el instrumento sine qua non para que la educación plasme tan crucial tarea. Espero que esto ocurra claramente y pronto. Espero también que los especialistas en comunicación para el desarrollo de la nueva generación estén a la altura del nuevo y enorme desafío que ya se vislumbra. En verdad, tengo la esperanza de que ellos comprometerán su mente y su alma en el oficio como una cruzada para ayudar a evitar una catástrofe y lograr construir la sociedad humana con que tantos de nosotros venimos soñando desde hace tanto tiempo.

Fuente Carta enviada a la Iniciativa de Comunicación Contacto: Luis Ramiro Beltrán E-Mail: ariperez@ceibo.entelnet.bo